jueves, 4 de febrero de 2010

4/02/2010

Víctor Balcells Matas DESASTRES

Hacían falta llantos y epitafios y tristezas llevadas encima como náuseas, que nuestra familia había muerto allí, por no creernos, que nuestros amigos, nuestros bares habían muerto allí, por no creernos. Ahora hay un sol que brilla sobre las nubes porque no tiene nada mejor que hacer. No volveremos a verlo, dicen los que saben. Nunca iremos al cine ni conquistaremos el espacio. Serán otros los que nos conquisten. Serán plantas o extraterrestres, serán incontables bocas las que nos devoren sin placer estético, sólo por hambre. Se acabaron los restaurantes. Moriremos de esa manera tan súbita que tiene de morir el plancton, de golpe, oceánicamente en el tiempo del relámpago. Ya no habrá transiciones ni viejos contrastes; sólo deudas pendientes, colgantes, y culpa, y ya no más jardines, no más primaveras, ni picnics en el campo; ni fútbol. Qué difícil es construir una pelota, que desesperantes son los círculos. Tiene mérito haber hecho los planetas, Dios. No tiene tanto mérito haber sabido destruirlos, hombres. Pero yo pienso en los pequeños desastres. Para mí son los que cuentan. En el de la flor pisada en el campo. O en ver caer al fondo del edificio una prenda de ropa que teníamos en el tendal. Porque los dolores que más duelan, Janet, siempre serán los abarcables.

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