domingo, 28 de febrero de 2010

01/03/2010

Víctor Balcells MatasPARADOR

Había una pareja, en el Parador, que había cogido los sofás y los había movido de sitio, ilegalmente. Él bebía vino, ella no; sus piernas, las de ella, extendidas, estaban en reposo. Lo primero que se desea no son los cuerpos, sino las líneas y los triángulos de los libros escolares. Luego las curvas. La carne. Somos rusos, dijo él con acento irlandés. ¿De dónde? pregunté. De la tundra, dijo ella con acento andaluz. Mucho dinero, dijo él levantando la copa. Me llamo Pepa, dijo ella. Pepa Karenina o Dostoyevski, imagino, dije yo. Añadió: yo me movía por la tundra con trineos y perros. ¿Y aquí? le pregunté. Aquí estoy cansada y, por lo tanto, no me muevo. Nos vamos, dijo él apurando su copa. Se fueron. Estos no son rusos, le susurré a mi compañera. Nos han mentido. Mira como andan, mira: playeramente. Nos sentamos en los sofás vacíos. Pedí vino, ella cerró los ojos. Pronto llegó una pareja. Me levanté: somos chinos, dije, mucho dinero. Una parte de la muralla China fue mía, dijo mi compañera. No sé si lo creyeron, pero fue como si inventar de dónde veníamos, de golpe, hubiera servido para que pareciera un sitio mejor aquél al que íbamos: nuestra triste, solitaria, casa.

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